Gran diferencia ¿no creen? |
Surgen
textos, declaraciones emanan, opiniones fluyen e inundan los ríos
informativos en el país. Comentarios van y vienen, algunas fuerzas
políticas sacan provecho de ello. Se genera desorden, surge la
intriga y se siembra la duda. Algunos dicen es autocrítica,
reflexiones necesarias para generar el debate. Otros afirman son
ataques, críticas destructivas que no ayudan en nada.
Muchos
se escudan tras el término “autocrítica” para atacar a
individualidades y personalidades clave del proceso revolucionario, o
bien puede ser que no ataquen a alguien de manera frontal, pero al
dejar en claro su punto de vista de forma indirecta bombardean y
minan la credibilidad del blanco del ataque y del proceso
revolucionario.
Para
hacer autocrítica se debe ser conciliador primero, destacar puntos
de encuentro y luego señalar las conductas o acciones que,
presuntamente, se están saliendo del deber ser. Yo no puedo empezar
una autocrítica atacando a alguien, peor aún no puedo talar la
autoridad moral del otro simplemente por capricho, por rencor o en
retaliación a alguna medida solamente. Esto aplica, sobre todo, si
se es un personaje importante, formador de opinión dentro del
proceso revolucionario. Cada quien debe asumir su rol y entender las
repercusiones de las ideas que exponga.
Los
textos que abundan en conjeturas, imprecisiones, opiniones sezgadas y
parcialidades, apuntan a cualquier cosa menos a corregir conductas y
enderezar el rumbo. Peor cuando el ataque es personal, con nombre y
apellido, porque denota ensañamiento contra la persona más no
contra las ideas que ésta profesa. Se recurre a la intriga y
descrédito del otro sin basamento sólido o corroborable al hacer
uso de la opinión. Antes que aportar, se resta. Antes que construir,
se destruye.
Al
terminar de leer o escuchar estos pareceres uno queda con un sabor a
decepción y se pregunta ¿por qué? Al interpretar el tono,
cualquiera se da cuenta que la lealtad y disciplina revolucionaria
brillan por su ausencia en las argumentaciones. A otros le genera un
sentimiento de pesar, de escepticismo y ven impactada negativamente
la moral que los mantiene aún defendiendo el legado del Comandante
Chávez. Justo allí, en ese momento, es que nos damos cuenta que no
ha sido ninguna autocrítica para generar el debate, sino que estamos
en presencia de simple y pura propaganda contraria a la Revolución
bolivariana.
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