100% cierto el dibujito |
El
principal problema que ostenta la izquierda en los diferentes
escenarios políticos en los que ha asumido el poder, es que busca
consolidarse como fuerza política al mando en una sociedad de
consumo dominada por los actores económicos del mercado
capitalista. No existe líder alguno en la izquierda que tenga entre
ceja y ceja la idea de aniquilar al capitalismo. Peor aún, enfatizan
erradamente que “el capitalismo está en crisis” cuando quienes
están en crisis son las sociedades y el humanismo porque el
capitalismo se hace cada vez más exitoso, imponiendo hegemónicamente
su tesis de la acumulación en pocas manos y exclusión de las
grandes mayorías.
Como
no existe el objetivo de aniquilar al capitalismo como sistema que
rige al planeta y suplantarlo por el socialismo, algo opuesto, algo
distinto, que rompa paradigmas e innove inteligentemente en la forma
de regirnos, desde la izquierda lo que se promueve ingenuamente es
generar un modelo “alternativo” que sea bondadoso y que da a
muchos lo que el capitalismo a muchos quita.
Vemos
un “socialismo” enfocado en auxiliar y tenderle la mano a los
vejados, oprimidos y excluídos por el capitalismo. El ejercicio del
poder se centra en el desvalido y se omite por completo apuntar a
demoler la estructura perversa que hace que siga existiendo la
opresión y explotación del hombre por el hombre. Se ataca el
síntoma, no el origen de la enfermedad. Vamos en socorro de los
afectados por el sistema, pero no nos atrevemos ni vislumbramos
cambiar la estructura injusta que domina la dinámica de ese sistema.
El
ejercicio inocuo del poder en revolución obvia por completo la idea
de “gobernar para el futuro” porque se circunscribe al ahora, a
lo inmediato, a la coyuntura. Se habla mucho de hacer irreversible la
revolución, mientras se actúa de forma reformista y clientelar. No
se ataca a los enemigos, no se busca aniquilarlos operativamente
cerrándole el paso a su conducta nociva que privilegia la injusticia
y nos perjudica como país, como nación o como especie; se prefiere
convivir con ellos, dialogar con el asesino, alimentarlos y
permitirles intoxiquen y envenenen la dinámica de vida que se
pretende modificar para consolidar el bien común.
El
cambio de estructura, Alpha y Omega de todo proceso revolucionario,
brilla por su ausencia. La modificación trascendental en las
relaciones de poder no se persigue, quien antes tenía mucho hoy
tiene mucho más y vemos a una nueva burguesía que emerge gracias a
las distorsiones económicas persistentes. El “poder popular” no
es nada sin un Estado que le brinde los recursos financieros. En
consecuencia, el poder sigue ejerciéndose de arriba hacia abajo, no
al revés.
En
Argentina las fuerzas de “izquierda” pierden el poder porque
nunca se atrevieron a modificar el statu quo, de hecho allá jamás
se habló de hacer una revolución. Las élites económicas y
políticas de derecha en el país, que al final son la misma cosa
porque defienden los mismos intereses, se mantuvieron intactas
mientras el gobierno mostraba una gestión centrada en materializar
la idea del Estado benefactor. Lo que sucede es que la satisfacción
en el ser humano es efímera, y en una sociedad de consumo los
hombres y mujeres siempre quieren más.
Más
que cualquier otra cosa, el ciudadano pasa a ser consumidor. Como
tal, es regido internamente por una lógica que persigue la
satisfacción personal a través de la creencia de estar o pertenecer
a un estatus privilegiado. Todos quieren estar mejor, esa mejoría se
traduce simbólicamente en estar “más arriba”. Para poder estar
más arriba es necesario cambiar
de nuestra posición actual a un sitio “distinto”. La derecha
utiliza esta lógica y promete, a través de un discurso que luce una
claridad inescrutable, el cambio. Lo importante no es el cómo, lo
importante es el qué. La mayoría se engancha con esta narrativa
propagandística, al igual como muchos son presa fácil de la
publicidad engañosa, y sale electo Macri.
Especialistas
se lamentan y culpan a la clase media por votar a favor de quienes
están en su contra. En realidad, la clase media no tiene culpa de
nada, más que de actuar en función de aquel que seduce mejor a
través del lenguaje y la propaganda. Muchos repiten una y otra vez
que “el pueblo es sabio”, el detalle está en que la sabiduría
es extremadamente influenciable y puede ser manipulable.
Antes
que culpar a la clase media o al elector “inconsciente”, la
izquierda debería revisarse y reflexionar por qué sus métodos de
propaganda y seducción se quedan en lo retrógrado y ortodoxo,
siendo inútiles sus esfuerzos ante los expertos de la publicidad.
Detentar el poder y accionar inocuamente a través de la gestión
gubernamental y la propaganda para mantenerlo sólo da como
resultado, tarde o temprano, perderlo.