Camino
por el centro de Caracas y un motorizado me toca corneta para que me
aparte de la acera y le dé espacio para él poder transitar con su
caballo de acero, medio de transporte que creo viene con una patente
de corso. El incidente no logra cambiar mi actitud, sigo feliz.
El
panadero frente a mi casa, impune y libremente, aumenta cinco
bolívares cada tres semanas al precio del botellón de agua que ya
va por 65 bolívares. Viajé de visita a Boconó y resulta que allí
el mismo envase cuesta 90 bolívares. Los precios injustos y
lunáticos no son capaces de borrar mi sonrisa, continúo feliz.
Leo en
la prensa que PDVSA anuncia el normal suministro de lubricantes en
todo el país. Hace una semana tuve que comprar aceite para el carro
a cinco veces su precio. El contraste entre lo que dice la petrolera
y lo que se vive en la calle deja estupefacto a cualquiera porque la
incongruencia es palpable. A pesar del golpe a mi bolsillo, me
mantengo feliz.
Cencoex
hace pocos días entregó 21 millones de dólares baratos a
importadoras para que trajeran caña. Camino por los pasillos de
mercados y licorerías y hasta el Ponche Crema lo venden a precio de
dólar ilegal. El robo evidente me resbala, sonriente, estoy feliz.
Salió
el Decreto que prohíbe a buhoneros vender productos de la Cesta
Básica en las aceras y calles, pero creo usaron la Gaceta del
anuncio como papel higiénico. Siguen vendiendo con descaro cualquier
cosa que escasee, inclusive con policías y guardias a 10 pasos de
distancia. Eso no me perturba, mi actitud se mantiene feliz.
Aumentan
el salario diciendo que es una medida para proteger el bolsillo del
pueblo. Como no se puede frenar la vorágine especulativa y
distorsiones que la burguesía parasitaria impone a nuestra economía,
hay que “darle” de algún modo más dinero al pueblo para que
pueda costear el pago de la especulación. El sector privado nos
manotea, pero eso no me amarga, sigo estando feliz.
Todas
las tiendas Movilnet que he visitado están vacías, no tienen
celulares. Para poder acceder a un equipo es necesario hacer uso de
una buena palanca, hay que conocer al gerente de la tienda y
gestionar lo correspondiente. Prácticas cuartorrepublicanas nos
rodean imponiendo su lógica en nuestra cotidianidad, pero eso no
cambia mi humor y sonrío felíz.
Escucho
mucho decir “Navidades Felices” y recuerdo al instante el último
día en la vida de Adán García, quien andaba quieto pero en la
tranquilidad del desesperado. Mi felicidad, creo, me hace ver como un
disociado.
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