Un "autobusero" dirigiendo al país ha generado más empatía que rechazo. |
Una
de las principales líneas de ataque que el liderazgo mediático
opositor ha desplegado durante las dos últimas campañas
presidenciales es el señalamiento reiterado de que existe
“ventajismo” porque el candidato contendor, en su oportunidad
Chávez y ahora Maduro, utiliza todo el poderío gubernamental a
favor de su candidatura.
Una
cosa es “ventajismo” y otra muy distinta es“ventaja
comparativa”. La primera alude de manera interesada y con carácter
de denuncia política perversa una situación de “injusticia”; la
segunda es producto de una descripción sensata de las capacidades
candidaturales que cada uno de los líderes muestran durante el
desenvolvimiento de sus campañas.
La
gestión de Gobierno es una ventaja comparativa que favorece a Maduro
por el simple hecho de que sus acciones responden a las necesidades
del Pueblo. Al igual como lo hiciere Chávez, se apega a un proyecto
político tangible que puede verse y tocarse en las obras. Las ideas
se concretan en respuesta sólida y no quedan como ofertas
electorales. Hay una relación directa entre lo que se promete y lo
que se está ejecutando. Nada convence más que una imagen
proyectando la realidad y el beneficio específico que genera el
pensamiento político bolivariano, el pensamiento político de
Chávez, las líneas de acción de la revolución.
La
oposición sabe que esta ventaja comparativa es insalvable porque su
candidato no tiene gestión de gobierno que mostrar, por ello recurre
a invertir la percepción de ésto acentuando las asimetrías,
haciéndose ver como las víctimas de una campaña electoral en la
que tienen “todos los factores en contra”. Según su lógica del
chantaje opositor, Maduro no debería ejercer gestión de Gobierno,
no debería mencionar a su padre político, no debería estar en
contacto con el Pueblo dándole respuesta a sus requerimientos para
que así su candidatura esté al “mismo nivel” que la de
Capriles: un Gobernador sin gestión, sin ideales políticos
definidos, sin empatía con el elector de a pie. Allí está la clave
del “ventajismo”.
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