Esto es muy raro de ver en Venezuela |
Venezuela
es el país donde se pueden constatar las mayores distorsiones en
materia de la dinámica económica que día a día rige los bolsillos
de sus habitantes. En otros países lo normal es que los consumidores
y el gobierno controlen y dominen el sector de la economía. Acá en
nuestro hermoso paraíso tropical es lo opuesto, y no se nos
ocurriría pensar que los consumidores o usuarios venezolanos tienen
alguna potestad o poder para hacer que el mercado se incline a su
favor.
Estamos
en el país donde si compras un carro, al día siguiente y después
de haberlo rodado lo puedes vender más caro que lo que te costó.
Las teorías económicas acá no sirven de nada. La vorágine
mercantil y su lógica perversa contamina todo lo que tenga que ver
con el dinero. Las élites dominan a su antojo, la cultura impuesta
favorece a los intereses de la élite.
Acá es
socialmente condenable que uno como cliente ejerza el verbo regatear,
porque eso implica que el individuo en cuestión es un “pichirre”.
Ponerse quisquilloso al adquirir algo, verificando sus cualidades,
detalles de fabricación y calidad, es característico de alguien
“agarrao” y paranóico. Acá se premia al despilfarro y se
ridiculiza el ahorro. La dinámica socio-económica de nuestra patria
siempre se ha caracterizado como una economía de subsistencia, no
como una economía de acumulación.
Por eso
es que no hay ningún tipo de pataleo cuando vemos a los buhoneros,
irresponsables, vendiendo los productos de supermercados y demás en
las aceras con precios multiplicados por cinco. Si alguien nos da un
servicio bien malo y nos cobra un ojo de la cara, es algo
extremadamente excepcional reclamar. Se supone que los negocios
tienen como lema “el cliente siempre tiene la razón”, pero para
los comerciantes venezolanos la regla es “el cliente nunca tiene la
razón”. No existe ética entre el comerciante y sus clientes.
El
consumidor debe entender que tiene poder con los billetes que lleva
en la mano para adquirir algo. Debe comprender que el reclamo y
exigir calidad no es avergonzante. Pedir un precio justo no implica
seas avaro, implica establecer un intercambio justo. La cultura del
consumo debe revolucionarse.
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