La soberanía del mercado se impone forzando a que muchos comerciantes y empresarios diversifiquen su oferta incorporando alimentos de la cesta básica. En los sectores comerciales de las principales ciudades de nuestro país es común ver el desplazamiento de artículos y bienes tradicionales por comida.
Cadenas como EPA,Mango Center, Traki o Farmatodo amplían cada vez más los pasillos y áreas dedicadas a la comercialización de productos de consumo masivo: harina de maíz precocida, café, azúcar, arroz, pasta, etc. Caminamos por cualquier local comercial y vemos cómo se transforman progresivamente en pequeños supermercados: zapaterías, ferreterías, ventas de electrodomésticos, jugueterías, quincallerías y demás establecimientos que ahora sorpresivamente también venden comida porque de todas las mercancías es la que brinda más rotación de inventario y flujo de caja.
Adiós desabastecimiento es la consigna que prevalece mientras la dolarización paulatina de los precios se masifica en vitrinas, habladores y exhibidores. Vemos anaqueles saturados con varias opciones de un mismo producto lo que obliga el retorno de tácticas de mercadeo diversas. La competencia es feroz en una carrera de precios similares que a veces tienden a la baja pero que mucho distan de ser baratos.
Siempre alguien vende y siempre alguien compra, esa es la regla que prevalece. Por más adverso que luzca el escenario en algún momento se genera una transacción comercial que evidencia el consumo y hoy la mayoría de la población se centra en consumir lo primordial: alimentos. Rápidamente el mercado también identifica oportunidades de negocio y vemos proliferación de empresas dedicadas a la importación de motos y vehículos eléctricos: Ralvia, Bera, Intelimoto, Benetti, Fiat y otras iniciativas que buscan viabilizar el uso de transportes con energía alternativa a raíz de la problemática en el acceso a la gasolina ¿seremos líderes en Latinoamérica con un parque automotor funcionando con electricidad?
La rueda del mercado sigue girando haciendo que todos hablemos en idioma dólar y la preocupación recae sobre quienes no lo tienen mientras los que sí, sonríen tranquilos hasta llegar a la caja registradora para pagar sus víveres que totalizan $13 con un billete de $20 y la cajera informa “no tenemos cambio, busque más productos para completar su compra por el monto total del billete”.
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