jueves, 26 de noviembre de 2015

“Clase media idiota”

100% cierto el dibujito

El principal problema que ostenta la izquierda en los diferentes escenarios políticos en los que ha asumido el poder, es que busca consolidarse como fuerza política al mando en una sociedad de consumo dominada por los actores económicos del mercado capitalista. No existe líder alguno en la izquierda que tenga entre ceja y ceja la idea de aniquilar al capitalismo. Peor aún, enfatizan erradamente que “el capitalismo está en crisis” cuando quienes están en crisis son las sociedades y el humanismo porque el capitalismo se hace cada vez más exitoso, imponiendo hegemónicamente su tesis de la acumulación en pocas manos y exclusión de las grandes mayorías.

Como no existe el objetivo de aniquilar al capitalismo como sistema que rige al planeta y suplantarlo por el socialismo, algo opuesto, algo distinto, que rompa paradigmas e innove inteligentemente en la forma de regirnos, desde la izquierda lo que se promueve ingenuamente es generar un modelo “alternativo” que sea bondadoso y que da a muchos lo que el capitalismo a muchos quita.

Vemos un “socialismo” enfocado en auxiliar y tenderle la mano a los vejados, oprimidos y excluídos por el capitalismo. El ejercicio del poder se centra en el desvalido y se omite por completo apuntar a demoler la estructura perversa que hace que siga existiendo la opresión y explotación del hombre por el hombre. Se ataca el síntoma, no el origen de la enfermedad. Vamos en socorro de los afectados por el sistema, pero no nos atrevemos ni vislumbramos cambiar la estructura injusta que domina la dinámica de ese sistema.

El ejercicio inocuo del poder en revolución obvia por completo la idea de “gobernar para el futuro” porque se circunscribe al ahora, a lo inmediato, a la coyuntura. Se habla mucho de hacer irreversible la revolución, mientras se actúa de forma reformista y clientelar. No se ataca a los enemigos, no se busca aniquilarlos operativamente cerrándole el paso a su conducta nociva que privilegia la injusticia y nos perjudica como país, como nación o como especie; se prefiere convivir con ellos, dialogar con el asesino, alimentarlos y permitirles intoxiquen y envenenen la dinámica de vida que se pretende modificar para consolidar el bien común.

El cambio de estructura, Alpha y Omega de todo proceso revolucionario, brilla por su ausencia. La modificación trascendental en las relaciones de poder no se persigue, quien antes tenía mucho hoy tiene mucho más y vemos a una nueva burguesía que emerge gracias a las distorsiones económicas persistentes. El “poder popular” no es nada sin un Estado que le brinde los recursos financieros. En consecuencia, el poder sigue ejerciéndose de arriba hacia abajo, no al revés.

En Argentina las fuerzas de “izquierda” pierden el poder porque nunca se atrevieron a modificar el statu quo, de hecho allá jamás se habló de hacer una revolución. Las élites económicas y políticas de derecha en el país, que al final son la misma cosa porque defienden los mismos intereses, se mantuvieron intactas mientras el gobierno mostraba una gestión centrada en materializar la idea del Estado benefactor. Lo que sucede es que la satisfacción en el ser humano es efímera, y en una sociedad de consumo los hombres y mujeres siempre quieren más.

Más que cualquier otra cosa, el ciudadano pasa a ser consumidor. Como tal, es regido internamente por una lógica que persigue la satisfacción personal a través de la creencia de estar o pertenecer a un estatus privilegiado. Todos quieren estar mejor, esa mejoría se traduce simbólicamente en estar “más arriba”. Para poder estar más arriba es necesario cambiar de nuestra posición actual a un sitio “distinto”. La derecha utiliza esta lógica y promete, a través de un discurso que luce una claridad inescrutable, el cambio. Lo importante no es el cómo, lo importante es el qué. La mayoría se engancha con esta narrativa propagandística, al igual como muchos son presa fácil de la publicidad engañosa, y sale electo Macri.

Especialistas se lamentan y culpan a la clase media por votar a favor de quienes están en su contra. En realidad, la clase media no tiene culpa de nada, más que de actuar en función de aquel que seduce mejor a través del lenguaje y la propaganda. Muchos repiten una y otra vez que “el pueblo es sabio”, el detalle está en que la sabiduría es extremadamente influenciable y puede ser manipulable.

Antes que culpar a la clase media o al elector “inconsciente”, la izquierda debería revisarse y reflexionar por qué sus métodos de propaganda y seducción se quedan en lo retrógrado y ortodoxo, siendo inútiles sus esfuerzos ante los expertos de la publicidad. Detentar el poder y accionar inocuamente a través de la gestión gubernamental y la propaganda para mantenerlo sólo da como resultado, tarde o temprano, perderlo.