miércoles, 11 de noviembre de 2020

“presidente” virtual, ladrón real

 

Nunca antes habíamos podido constatar la creación de nuevas dimensiones políticas que se aferran a lo etéreo y modifican la forma tradicional de asumir y ejercer el poder. Inclusive, las dimensiones del poder, las esferas desde las cuales se ejerce y los planos en que ese poder incide se trastocan a tal forma que todo depende del cristal conque se mire brindándole mayor validez al dicho “cada cabeza es un mundo”.


Las armas creadas por el ser humano son para imponer sus intereses sobre los intereses ajenos. Un arma, sin importar el nivel tecnológico que ostente, tiene como fin modificar una realidad existente independientemente si es para defender u ofender. El arma es una herramienta que responde al propósito de quien la maneja, el que la manipula o utiliza es quien decide.


El escenario virtual cada día parece más real que la realidad misma porque impone sus criterios en el mundo tangible. Nadie tiene tiempo para investigar la verdad porque la soberanía del mercado impone un ritmo donde importan muy poco los intereses colectivos y privan los individuales. Todos corremos y no tenemos chance a detenernos a ver con claridad lo que está como tema del momento. Leemos o vemos, pensamos que sabemos, creemos o no y luego olvidamos para darle paso al próximo tema.


La dinámica impuesta es un arma de dominación de conciencias, el ser ocupado pisotea al ser documentado. El internet se adentra más en las sociedades y las redes sociales asumen el rol del Caballo de Troya cibernético porque son armas de desinformación masiva así como armas de adoctrinamiento masivo en función de los intereses de sus dueños. Controlando las piezas adecuadas se puede crear una autoridad virtual, con legitimidad virtual reconocida por quienes así lo desean, que ejerce un cargo virtual pero que se apropia de activos y dinero real. Existe la figura de un presidente virtual que acciona como ladrón real.


El plano virtual o cibernético es un espacio donde también se ejerce el poder y lo que fluye por allí afecta al territorio tangible dada su influencia sobre los habitantes de un Estado. Existir como autoridad en el ciberespacio otorga algún viso de legitimidad para repercutir en la realidad de todos. Es un tema inherente a la Seguridad de Estado permitir la invasión de redes sociales foráneas que colonizan las mentes de habitantes. Para actuar hay que pensar y para pensar hay que tener información. Cada quien actúa según lo que tenga en el mundo de su cabeza.

Justicia mediática

 

Hoy todo sucede en la escena de las redes sociales, las mismas en donde la inmediatez priva sobre la veracidad. En oportunidades la intoxicación social que generan es de tal magnitud que dudamos y no sabemos si el mundo real influye las redes sociales o las redes sociales influyen al mundo real.

Aquello de “pienso y luego existo”, aunque la traducción literal del latín cogito ergo sum sería algo como “pienso, por lo tanto soy”, en pleno siglo XXI es modificada por los intereses ocultos de los anónimos que abundan en las redes haciendo valer un nuevo planteamiento “estoy en tendencias, por lo tanto soy” lo que permite al ciberespacio el surgimiento y multiplicación de personalidades irreales que empujan el pensar de aquellos seres de carne y hueso en direcciones predefinidas por quienes trabajan para manufacturar la opinión pública. 

¿Quién puede pensar claramente en un incendio? La opinión pública respira constantemente el smog informativo que traspasa cualquier tapaboca y se contamina. Nunca hay 100% de veracidad ante nada porque siempre el rumor abraza a la verdad y las cosas no son completamente ciertas, hay tonos grises por doquier, mucho texto por doquier, muchas versiones.

En estos días un conocido cibernauta real, de carne y hueso, se quejaba por Twitter de las “apelaciones” que había hecho ante Youtube porque le eliminaron sus videos. Es decir, un ser humano recurre a una instancia corporativa privada como si fuese una institución, peor aún, como si fuese un tribunal. Obviamente es una instancia impersonal, no hay un interlocutor de carne y hueso, pero el territorio de todas las redes sociales son jurisdicción de sus dueños y allí ellos mandan según su antojo, según sus intereses.

Vemos entonces como las Redes Sociales son los tribunales virtuales donde se juzga al personaje o tema del momento de forma inmediata, irreflexiva, manipulada, irracional e injusta. Circula y se propaga la Justicia Mediática como artilugio cibernético producto de datos, algoritmos tendenciosos, consecuencia de interacciones entre seres reales y personalidades virtuales que orientan a la opinión pública, muchos sin adentrarse en los hechos, sin validaciones, sin investigación, sin corroborar. Predomina juzgar por la emoción y no por la razón. Sea favorable o desfavorable la justicia mediática cada día obtiene mayor credibilidad, luce una borrosa legitimidad dibujada en la nube de un mundo abstracto e intangible que se funde con el nuestro.