domingo, 15 de febrero de 2015

El guiso

Todo fluye por debajo de la mesa

Así parece empezó el guiso con las obras

Para nadie es un secreto que la corrupción es uno de los males más arraigados en la cultura gubernamental y que la Revolución Bolivariana, en sus más de 15 años en el poder, no ha podido erradicar. En Venezuela, la cultura de la viveza criolla parece imperar sobre cualquier concepto de patria que se pueda tener, inclusive sobre la idea del respeto por lo que es de todos: el erario público. Una idiosincrasia donde a nivel de muchos de los funcionarios se aplica lo plasmado por Pío Gil en sus textos “Amarillo, Azul y Rojo” donde relata:

Los empleados todos de Venezuela, en las distintas ramas de la jerarquía administrativa, cuando tienen entre sus manos algo que no les pertenece, se hacen esta reflexión: Si no me cojo esto yo, se lo coje el jefe; pues me lo cojo yo”

Todos conocemos la frase célebre de uno de los mayores ideólogos del malandraje adeco, Gonzalo Barrios, cuando afirmaba sin pudor en reuniones con los principales líderes de su nefasto partido “en Venezuela no hay razón para no robar”, así como la expresión muy usada a partir del gobierno cuartorrepublicano de Rómulo Betancourt “a mí que no me den, sino que me pongan donde hay” para referir el hecho de que se buscaba posiciones privilegiadas en la estructura gubernamental para llenarse los bolsillos con los dineros del pueblo de manera impune.

En la patria de Bolívar, no existe organismo gubernamental que verifique el valor correcto de las obras públicas, comparándolo con el desembolso que se hace por ellas. Si este organismo existe, obviamente es otro elefante blanco más. Acá, contratistas multiplican por cuatro el precio total de los servicios que prestan, cuando los costos no llegan ni a la cuarta parte del monto final. Corrupción galopante, disfrazada a través de la sobrefacturación con la excusa eterna de que “siempre pagan tarde” o que “todo subió”, etc. Claro está, los montos siderales siempre son aprobados por llamadas de quienes ordenan desde arriba se le de “play” al asunto. Mientras más grande la factura, mayor será la tajadita.

Lo peor de todo esto, es que las obras y servicios casi siempre dejan mucho que desear: entregadas a destiempo, sin finalizar, etc. Es decir, nos roban, con lo que nos roban nos corrompen y de paso, nos estafan con lo peor. No hay siquiera decencia o un mínimo de respeto del contratista que diga “bueno, estoy estafando al Estado pero dejaré algo de calidad”, tampoco vemos una pizca de exigencia por parte de quien paga para, por lo menos, disimular se quiere un poquito al país o se cumple con el deber de velar por los dineros del pueblo.

La corrupción nos arrolla sin importar la acera política o ideológica en que estemos. El dinero es el ingrediente fundamental del guiso que más le gusta a los corruptos. Los corruptos, sin importar el color, siguen teniendo hambre y quieren más.

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